Sunday, July 09, 2006

 

Mexico and Florida have more in common than heat

There is evidence that left-leaning voters have been scrubbed from key electoral lists in Latin America

Greg Palast
Saturday July 8, 2006
The Guardian


There's something rotten in Mexico. And it smells like Florida. The ruling party, the Washington-friendly National Action Party (Pan), proclaimed yesterday their victory in the presidential race, albeit tortilla thin, was Mexico's first "clean" election. But that requires we close our eyes to some very dodgy doings in the vote count that are far too reminiscent of the games played in Florida in 2000 by the Bush family. And indeed, evidence suggests that Team Bush had a hand in what may be another presidential election heist.
Just before the 2000 balloting in Florida, I reported in the Guardian that its governor, Jeb Bush, had ordered the removal of tens of thousands of black citizens from the state's voter rolls. He called them "felons", but our investigation discovered their only crime was Voting While Black. And that little scrub of the voter rolls gave the White House to his brother George.
Jeb's winning scrub list was the creation of a private firm, ChoicePoint of Alpharetta, Georgia. Now, it seems, ChoicePoint is back in the voter list business - in Mexico - at the direction of the Bush government. Months ago, I got my hands on a copy of a memo from the US Federal Bureau of Investigation, marked "secret", regarding a contract for "intelligence collection of foreign counter-terrorism investigations".
Given that the memo was dated September 17 2001, a week after the attack on the World Trade Centre, hunting for terrorists seemed like a heck of a good idea. But oddly, while all 19 hijackers came from Saudi Arabia and the Persian Gulf, the contract was for obtaining the voter files of Venezuela, Brazil ... and Mexico.
What those Latin American countries have in common, besides a lack of terrorists, is either a left-leaning president or a left candidate for president ahead in the opinion polls, leaders of the floodtide of Bush-hostile Latin leaders. It seems that the Bush government feared the leftist surge was up against the US's southern border.
As we found in Florida in 2000, my investigations team on the ground in Mexico City this week found voters in poor neighbourhoods, the left's turf, complaining that their names were "disappeared" from the voter rolls. ChoicePoint can't know what use the Bush crew makes of its lists. But erased registrations require us to ask, before this vote is certified, was there a purge as there was in Florida?
Notably, ruling party operatives carried registration lists normally in the hands of elections officials only. (In Venezuela in 2004, during the special election to recall President Hugo Chavez, I saw his opponents consulting laptops with voter lists. Were these the purloined FBI files? The Chavez government suspects so but, victorious, won't press the case.)
There's more that the Mexico vote has in common with Florida besides the heat. The ruling party's hand-picked electoral commission counted a mere 402,000 votes more for their candidate, Felipe Calderón, over challenger Andrés Manuel López Obrador. That's noteworthy in light of the surprise showing of candidate Señor Blank-o (the 827,000 ballots supposedly left "blank").
We've seen Mr Blank-o do well before - in Florida in 2000 when Florida's secretary of state (who was also co-chair of the Bush campaign) announced that 179,000 ballots showed no vote for the president. The machines couldn't read these ballots with "hanging chads" and other technical problems. Humans can read these ballots with ease, but the hand-count was blocked by Bush's conflicted official.
And so it is in Mexico. The Calderón "victory" is based on a gross addition of tabulation sheets. His party, the Pan, and its election officials are refusing López Obrador's call for a hand recount of each ballot which would be sure to fill in those blanks.
Blank ballots are rarely random. In Florida in 2000, 88% of the supposedly blank ballots came from African-American voting districts - that is, they were cast by Democratic voters. In Mexico, the supposed empty or unreadable ballots come from the poorer districts where the challenger's Party of the Democratic Revolution (PDR) is strongest.
There's an echo of the US non-count in the south-of-the-border tally. It's called "negative drop-off". In a surprising number of districts in Mexico, the federal electoral commission logged lots of negative drop-off: more votes for lower offices than for president. Did López Obrador supporters, en masse, forget to punch in their choice?
There are signs of Washington's meddling in its neighbour's election. The International Republican Institute, an arm of Bush's party apparatus funded by the US government, admits to providing tactical training for Pan. Did Pan also make use of the purloined citizen files? (US contractor ChoicePoint, its Mexican agents facing arrest for taking the data, denied wrongdoing and vowed to destroy its copies of the lists. But what of Mr Bush's copy?)
Mexico's Bush-backed ruling party claims it has conducted Mexico's first truly honest election, though it refuses to re-count the ballots or explain the purge of voters. Has the Pan and its ally in Washington served democracy in this election, or merely Florida con salsa?
· Greg Palast is the author of Armed Madhouse: Who's Afraid of Osama Wolf? China Floats Bush Sinks, the Scheme to Steal '08 and other Dispatches from the Front Lines of the Class War
gregpalast.com

Comments:
“Invito al lector a que haga conmigo un ejercicio de imaginación. Para ello, le pido que me siga paso a paso y que me permita llevarlo en un viaje por el tiempo: Imaginemos que estamos en el momento preciso de la elección presidencial, es más, ubiquémonos en el día previo al que democráticamente, la nación manifestará su voluntad para decidir quien será el presidente de la República. Todo el país está a la expectativa, pues la campaña electoral ha sido no solo efervescente sino hasta angustiante, con no pocos roces y golpes bajos, difamaciones y calumnias entre los contendientes, empeñados todos en conquistar el favor del electorado. Tres han sido los candidatos que han competido en esta elección. Para identificarlos, asignémosle a cada uno de ellos una letra. Tendremos así al candidato A, al candidato B y al candidato C.

Digamos ahora que el candidato A es el favorito del presidente de la República en turno; descaradamente, el jefe del ejecutivo ha hecho campaña a favor del candidato A, que es su candidato y el del partido en el poder. Pero no solo eso: se sabe que el candidato A, aprovechando su posición relevante como secretario de estado, ha creado redes de partidarios por toda la nación, financiadas, se dice, con el erario público. ¿Quién es el candidato A? La verdad que es un advenedizo, con pocos años de experiencia política. Ya participó en una elección pero fue derrotado. Sin embargo, al perder, salió ganando porque fue invitado al gabinete presidencial desde donde preparó por largo tiempo su candidatura. El candidato A es de buena y aristocrática familia, su apellido es de abolengo y sus finas maneras y educados modales llaman la atención. El presidente en turno, literalmente, lo adora, y como él no ha podido con el paquete de hacer avanzar al país en esta primera oportunidad de un gobierno democráticamente electo, está seguro que el candidato A si podrá hacerlo, máxime que se trata de un hombre distinguido y con buenas relaciones.

Veamos ahora al candidato B. Él es en realidad, un emisario del pasado, representante del régimen aplastado por la voluntad nacional. No oculta su predilección, públicamente reconocida, por las virtudes y bondades que tenía el antiguo orden de cosas. Es más, pregona que solo hombres como él tienen la capacidad y la experiencia de gobernar a este país que necesita de la tutela de gobiernos un tanto autoritarios. Personalmente no vale gran cosa, pero tiene la ventaja de que los hombres que en el pasado gobernaron ya no son nada en el horizonte político mexicano, cartuchos quemados diría en su lenguaje peculiar. El candidato B está orgulloso de su militancia tricolor, seguro de que la enseña patria pertenece por derecho a él y a los que forman su partido, en el que, aunque las disputas internas lo corroen, lograron ponerse de acuerdo para postularlo a la elección presidencial, con la creencia de que el prestigio que les da el llamarse defensores de la independencia y de la soberanía, les atraerá el número de votos suficientes para recuperar el poder y volver triunfantes al palacio para retornar a los modos y costumbres políticas de antaño. El candidato B abomina del presidente en turno, del candidato A y del partido que lo apoya, porque cree que son arribistas que por casualidad se adueñaron de la presidencia de la República, por lo que debe arrojarlos de ella y reconquistarla para quienes se sienten los verdaderos representantes de la nación mexicana.

Pero el candidato A y el candidato B tienen algo en común y no solo el hecho de que sus dos respectivos partidos se han entendido más o menos bien en algunos temas de interés nacional: deben vencer al candidato C y a su partido. El candidato C es un hombre con pocas luces, con gran dificultad para hablar, con ideas francamente peligrosas, calificadas de populistas. Dicen sus partidarios que es el ídolo del pueblo, que lo aplaude y lo sigue porque es parte de ellos, porque habla como ellos, porque piensa por ellos, porque sus propias limitaciones lo hacen sentirlo como si fuera de ellos. El candidato C no oculta sus deseos de ser presidente. En un hombre ambicioso que se ha rodeado de las más despreciables figuras políticas, cuyas ideologías son abiertamente contrarias al interés de una nación que acaba de obtener sus derechos y que está aprendiendo a ejercerlos. Los hombres del candidato C tienen además fama de corruptos, de ineptos y de aborrecer a las clases sociales acomodadas.

El candidato C amenazó con el estallido social si se le obstruía el acceso a su candidatura presidencial, por lo que, a pesar de que podrían haberlo metido a la cárcel, lo dejaron libre, con la intención de derrotarlo en las urnas. Por su parte, los hombres de su partido, formado esencialmente por tránsfugas de los otros partidos y por viejos luchadores de causas populares, no aceptan transacción alguna: quieren el poder absoluto para imponer sus ideas y para transformar al país conforme al modelo que imperativamente, aseguran, es el que desea la mayor parte de la población, aquella parte formada por los pobres y los desposeídos.

Imagine ahora conmigo el amable lector, que llegamos al día de la elección y que al filo de la media noche se dan a conocer los resultados. ¿Quién ganó en este escenario imaginario? Nada más y nada menos que el candidato A, quien obtuvo el 45% de los votos. En segundo lugar quedó el candidato C, con el 35% de los sufragios y por último, el candidato B solo alcanzó el 15%. En el conteo final, un 5% de votos fue anulado. Los resultados son inobjetables y la elección se desarrolló limpiamente. Sería de suponerse entonces, que los candidatos derrotados aceptarían los resultados electorales y que reconocerían de inmediato el triunfo del candidato A. Pero no, y antes al contrario, demostrándonos que este país no ha madurado políticamente y que todavía dependemos de los caprichos de los caudillos.

Sigamos con el ejercicio imaginario para ver lo que sucedió después: El candidato B, deprimido, desaparece por completo y sus voceros dicen que no se reconocerá el triunfo del candidato A porque su partido se niega a aceptar la derrota hasta que se hayan resuelto todas las impugnaciones, como si todavía alentaran esperanzas después de la paliza que les dieron en las urnas. En cambio, el candidato C se comporta de manera diferente: de inmediato acusa al candidato A y a su partido de haber hecho fraude electoral y conmina y arenga a sus seguidores a lanzarse a la resistencia civil y luego a la acción directa para impedir que el candidato A se convierta en presidente.

Entonces, los partidarios del candidato C se lanzan en efecto a las calles y plazas de las ciudades. Literalmente lo invaden todo ante el estupor de los demás ciudadanos que han sufragado libremente y miran como la autoridad es incapaz de contener la marea humana de la plebe que lo arroya todo a su paso. El candidato C está orgulloso de sus huestes y las exhorta a posesionarse de la capital y a presionar al gobierno, a las autoridades electorales, a las judiciales y al congreso. La plebe se enardece y decide asaltar las tiendas, los centros comerciales, las casas habitación de las familias acomodadas. Para colmo, la fuerza pública, obedeciendo a los amigos del candidato C, se pone del lado de los amotinados y contribuye a la violencia y a los saqueos. El gobierno cede ante la fuerza de los hechos. El candidato A renuncia públicamente a su triunfo, pero el congreso, más asustado aún, declara que su elección fue nula y que el verdadero vencedor de la contienda lo es el candidato C, a quien le entrega la constancia que lo acredita como el próximo presidente de la República.

Terminemos con ya con este dantesco ejercicio imaginario. Sepa el lector que estamos hablando del año de 1828 y no del 2006. Le daré algunas claves más: el candidato A es el general Manuel Gómez Pedraza, ministro en el gabinete del presidente Guadalupe Victoria. El candidato B es el general Anastasio Bustamante, antiguo trigarante y continuador de la obra de Iturbide. El candidato C es el general Vicente Guerrero, predilecto de las clases populares y quien se empeñaba en implantar en México las ideas masónicas norteamericanas. La historia narrada es absolutamente cierta: se le conoce como el “motín de la Acordada”. Esta fue la manera, ilegal e ilegítima, como Guerrero llegó a la presidencia de la República.

Y luego dicen que la historia no puede repetirse” .

Por José Manuel Villalpando
Abogado e historiador
 
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